miércoles, 17 de septiembre de 2008

Francis Schwartz, gestión cultural de vanguardia


Entrevista y foto por Joel Cintrón Arbasetti

Francis Schwartz, además de músico y compositor, es un artista que desde su llegada a Puerto Rico luchó contra la ortodoxia de la academia musical y abrió las puertas a la música del siglo XX, posicionando a la Isla a la par con el resto del mundo artístico.

Tanto la universidad como la prensa fueron los dos frentes que utilizó para impulsar una agenda cultural que cumplió más con preceptos universales que con la búsqueda de identidad nacional imperante en la literatura, la música y los círculos culturales tradicionales de la época.

Dicha labor le mereció el respeto y la amistad de muchas personas, pero no todos simpatizaron con sus ideas, en especial los círculos culturales más conservadores que, según Schwartz, miraban con recelo todo lo que no fuera “autóctono”.

Una de las personas a la que no le agradó una de las propuestas de Shwartz  fue Nilita Vientos Gastón.

Aunque luego se hicieron amigos, según declaró Schwartz, la licenciada lo confrontó verbalmente después de presenciar como un grupo de artistas convirtió el Ateneo de Puerto Rico en una cámara de gas nazi. Esto como parte de una obra original del compositor titulada Auschwitz, que fue presentada en el Ateneo en 1968.

La pieza que Schwartz ejecutó consistía, según recordó, de una narración en cinta que fue grabada en un baño para crear el efecto de eco. En la grabación se incluyeron sonidos electrónicos, y cuando fue presentada en el Ateneo, Schwartz y otros artistas quemaron carne rancia y cabello humano que recogieron de las barberías pues “la idea era crear el ambiente de una cámara de gas”.

También mencionó que el humo y la peste de la carne cocida eran esparcidos por todo el Ateneo con la ayuda de abanicos. El fuerte olor a carne y pelo quemado provocó que la gente no pudiera respirar bien y quisieran salir del lugar a los 3 minutos de haber comenzado la pieza de unos 8 minutos de duración. Pero para sorpresa del público que se encontraba en el sitio, las puertas estaban bloqueadas.

Al finalizar la pieza, en la que en ocasiones se proyectaron diapositivas con imágenes de los campos de concentración, Nilita Vientos Gastón salió de entre el público y le dijo a Schwartz:

“Schwartz, usted no tiene derecho a hacer eso”, a lo que éste contestó: “licenciada, perdone pero esa es mi obra de arte y es democrática y la gente entra voluntariamente y puede salir cuando quiera”, rememoró el músico con brillante claridad, a pesar de que el evento tuvo lugar hace 40 años.

La obra que escandalizó a Vientos Gastón, quien había presidido el Ateneo hasta 1961, formaba parte de un concierto donde también participaron Carmen Biascochea, María Esther Robles y el compositor puertorriqueño Rafael Aponte Ledée. Con el evento se inauguro el grupo Fluxus de San Juan, fundado por Schwartz y Aponte Ledée y cuya idea era “presentar obras serias con toque experimental de Estados Unidos, Puerto Rico y Latino América”, según el compositor.

La pieza Auschwitz se repitió 2 años más tarde en Casa Blanca, pero en esa ocasión sus estudiantes encadenaron las puertas para impedir la salida del público, dijo Schwartz casi susurrando, como si se tratara de un secreto.

Actos como ese en los que el público se convierte en parte esencial de la obra de arte y no en meros espectadores se han dado alrededor del mundo desde el surgimiento de las vanguardias a principios del siglo XX. Desde entonces los artistas han buscado romper con la distancia entre la obra de arte y el espectador utilizando cualquier medio, inclusive la provocación.

Una experiencia multisensorial

Contrario a muchos artistas que se adentran a la experimentación como resultado de una evolución artística o como reacción a una época o movimiento, Schwartz dice que siempre ha experimentado.

“Un día, cuando tenía 7 años de edad, robé el perfume de mi mamá y utilicé lápices de colores para crear mi composición. Entonces, mi partitura tenía notas de distintos colores, impregnaba el papel con el perfume y empecé a poner notas pero también grafismos, porque yo tenía la idea de que la música, o lo que yo hacía, era una experiencia multisensorial”, recordó el compositor, oriundo de “la ex república de Texas que anexionó a los Estados Unidos en 1846”, según especificó.

Y aunque desde pequeño Schwartz tuvo esa inquietud por lo experimental, asegura también haber tocado conciertos de Bach, Beethoven, Brahms y Mozart. Además describe su formación musical como una tradicional, la cual tuvo lugar en la Academia Julliard de Nueva York a cargo del maestro Victorio Giannini a quien describió como “tremendo compositor, brillante profesor, pero muy conservador”.

“Luego de estudiar en Nueva York fui a vivir en Viena un año cuando ya estaba componiendo. Finalmente, en el 1964 llegué aquí a Puerto Rico - invitado a participar como pianista en recitales en el Ateneo de Puerto Rico y el Conservatorio de Música - y empecé a componer con muchos sonidos, grabando el ambiente de la playa y de la plaza del mercado”. Desde entonces Schwartz ha vivido entre Puerto Rico y Florida.


Contra la ortodoxia académica

Tres años después de haber llegado a la Isla, en 1967, Schwartz conoció al compositor Rafael Aponte Ledée que recién había llegado de estudiar en Buenos Aires y a quien considera como su hermano. Según Schwartz, fue una amistad instantánea y ese mismo año comenzaron a colaborar en diferentes trabajos.

Según Schwartz, él y Rafael Aponte Ledée, además de compartir una buena amistad, compartieron una misma y firme creencia:

“Que era una falta de respeto que en el festival Casals no tocaran música del siglo XX ni música de compositores puertorriqueños”.

“Ya yo tenía mi columna en San Juan Star y la usaba a veces para atacar, atacar y atacar y claro, hice muchos enemigos entre la academia y la elite. Por eso Don Teodoro Moscoso no podía ni verme, pero me tenía que aguantar porque yo era amigo de sus hijos”.

Así lo recordó el músico mientras abría la palma de su mano mostrando sus cinco dedos a través de un cristal. El cristal era de la puerta de un pequeño estudio de grabación donde atendió esta inesperada entrevista cuando salió de grabar un video en la Universidad del Sagrado Corazón. La señal de su mano era para indicar que le dieran 5 minutos más para seguir conversando, por lo que el chofer que lo esperaba afuera tuvo que esperar más de lo debido, mientras Schwatz contestaba preguntas entusiasta y tranquilamente.


La conversación siguió girando en torno a Pablo Casals.

“El maestro Casals con toda su grandeza como chelista y como gran músico, tenía sus limitaciones en comprender la experimentación de los compositores del siglo XX. El era una persona formada en una España bastante conservadora, y no comprendió la nueva música. Muchos de sus colaboradores tocaban música del siglo XX, pero lo dejaron de hacer cuando llegaron aquí, me imagino para no ofender al maestro y para no crear dificultades”, dijo el músico.

“Había quienes pensaban: ‘ese es el festival de don pablo’. Mi punto y el de Aponte fue: es el festival que el maestro Casals dirige en Puerto Rico, pero es el festival del pueblo de Puerto Rico, pagado por el erario público y tiene una misión educativa y uno no puede privar a los millones de puertorriqueños de la oportunidad de escuchar música de su siglo tocada por grandes músicos. A mí me pareció un absurdo pedagógico y se lo dije, y a veces cuando uno es joven dice las cosas bien fuerte. Pero muchos de los jóvenes profesionales puertorriqueños de aquella época me respaldaban, gente como Juan Manuel García Passalaqcua, Olga Nolla y Rosario Ferré”, recordó el artista.

Con la convicción de que los puertorriqueños debían disfrutar de lo que sucedía en diferentes partes del mundo, Schwartz logró, junto a Ledée, que vinieran a la isla importantes compositores del siglo XX; entre ellos el legendario instrumentista norteamericano John Cage.

“Creamos la semana John Cage en marzo del 1982 cuando yo ocupaba el puesto de director de actividades culturales de la UPR. Fueron 4 días en los que asistieron miles de personas, el teatro estaba repleto. Yo no quería que eso fuera una cosa que se quedara en un grupo privilegiado y organicé una especie de mesa redonda donde invite a Rosa Luisa Márquez, Sunshine Logroño, al dramaturgo y curador de arte Nelson Rivera Rosario, al percusionista Iván Martínez y un grupo que se llamaba el Grupo Nuero Tres, entre otros. Esto con el propósito de que la actividad tuviera impacto”.

Pero no todo el mundo aceptó la propuesta de un artista contemporáneo tan relevante como John Cage, precursor de la Música Aleatoria y del movimiento Fluxus en Estados Unidos, según Schwartz:

“Hubo críticas negativas y otras positivas pero tuve la triste experiencia de que algunos dijeron que eso era una pérdida de dinero porque no tenía nada que ver con la cultura puertorriqueña, así que fue un ataque político. Lo dijeron algunas personas que pensaban que era necesario enfatizar lo autóctono, tanto profesores como periodistas”.

“Inclusive estudiantes con formación artística muy amplia no sabían qué valor tenia eso para los estudiantes de Puerto Rico. Y es increíble porque si hay algo que John Cage representa es libertad, es frescura de pensamiento, es tolerancia. Pero por otro lado, la música y el pensamiento de John Cage tocaron la vida de personas como Rosa Luisa, y muchas personas que hoy día hacen cosas experimentales gracias a ese contacto”.


La aportación cultural de Schwartz fue mucho más amplia de lo que podría discutirse en este espacio. Y su vigencia se puede constatar si se le presta atención a la escena de artistas jóvenes puertorriqueños que realizan trabajos más cercanos al Auschwitz de Schwartz que a El velorio de Francisco Oller, o a cualquier otra obra del arte puertorriqueño. Por su legado, y por ser uno de los pioneros de la experimentación sonora en Puerto Rico, recientemente se le dedicó a Schwartz, junto a Aponte Ledée, el 4to Giratorio de Arte Experimental celebrado en la Universidad del Sagrado Corazón; donde se presentó parte de la escena musical contemporánea.

Actualmente la música experimental en Puerto Rico se desarrolla al margen de las instituciones y de los grandes medios de comunicación, en actividades autogestionadas por los artistas. Algunas de estas actividades se dan de forma organizada, como el San Juan Noise Fest, organizado por Jorge Castro, uno de los más relevantes hacedores de noise en la isla, el cual celebró su cuarta edición el 20 de septiembre. Otras tienen lugar de forma aleatoria en diferentes barras y pub’s donde se mezclan bandas de punk, noise y electrónica. Recientemente se celebró también el primer Festival de Arte Sonoro en el que Schwartz participó como conferenciante y donde enfatizó que para el arte no deben existir miedos.

Otros artistas locales que le han dado continuidad a la experimentación sónica han sido Angélica Negrón, con su propuesta de Arturo en el barco y con el grupo Balún, y la compositora Alexandra Bushman, ambas graduadas del Conservatorio de Música y actualmente cursando estudios de posgrado fuera del país. Esto sin contar las muchas bandas de Rock compuestas por músicos autodidactas que incorporan elementos experimentales en su composición, y los productores de música electrónica que se han servido de la tecnología para expandir las posibilidades del campo sonoro. Rafael Aponte Ledée describió el movimiento de la música experimental en Puerto Rico como “una gran ceiba” que germinó de la semilla que sembraron él y Schwartz en 1968 con la presentación de la pieza Auschwitz en el Ateneo.