
Entrando en la galería, Araceli Pino, a.k.a Puntito Siniestro, recibía a las personas que, atraídos por el sonido, se acercaban a observar y las inducía a “colaborar” en su pieza.
“¿Quieres tocar algo?”, preguntaba Araceli


Frente a Puntito Siniestro, Vannesa Hernández Gracia, curadora del evento, colocó sobre una mesa objetos de viajes como fotos, boletos, piedras y hasta libretas con apuntes y números de teléfonos. Esos objetos, según un boletín de la revisrta Conboca, fueron recopilados durante los pasados 12 años. Al mirar sus fotos y abrir sus libretas y algunos diarios de viaje, se tenía la sensación de estar en la habitación de una desconocida, husmeando entre sus pertenecías. Y mientras el público husmeaba, ella hacia su Catalogaré - catalogación pública de objetos privados - y los pegaba en las vitrinas de la galería.

Siguiendo el recorrido, en medio del local, me encontré con que el piso estaba mojado.
“¿Quieres mapear?”, preguntaba Rafael Miranda a las personas que pasaban. Allí, con un cubo amarillo lleno de agua y un mapo industrial, el artista buscaba voluntarios para que debelaran el mensaje que había escrito con cera en el piso. Después de varias mapeadas de las personas y del mismo artista, se pudo leer:
“Así como no existen personas pequeñas ni vidas sin importancia, tampoco existe trabajo insignificante”, cita de Elena Bonner, quien fue activista en pro de los derechos humanos. El artista también escribió la cita a lapiz en la pared.
Y mientras una chica bien vestida, maquillada y entaconada, mapeaba el piso, Frances Gallardo trepó por una escalera y se sentó sobre una repisa. Allí, a metros de altura, donde podía ver a todo el que pasaba sin que la vieran a ella, se metía un papel blanco a la boca, arrancaba un pedazo y hacía bolitas de papel, que luego les disparaba con un sorbeto. Gallardo catalogó su acción como Paper Sculptures: a Flying Exhibition.

En otro espacio de la galería, Omar Obdulio Peña Forti permaneció más de dos horas manipulando el sonido que produce el choque de la cuchara con un vaso cuando se preparan bebidas, en este caso una limonada.
Sobre su mesa había una mezcla incongruente de objetos tecnológicos y otros orgánicos o de la vida cotidiana: un micrófono, una computadora e interfaces de audio; una jarra llena de limonada, un envase con azúcar negra, un vaso, un cuchillo y varios limones cortados. Además, Omar Obdulio trasladó el aspecto sonoro de su obra al campo de lo visual, pues el proceso de manipulación podía ser observado en un monitor que colocó en la pared.
En el monitor la gente podía observar cómo el sonido grabado era convertido en ondas y luego en pequeños cuadros de colores que el artista iba cortando y pegando en el secuenciador del programa Reason.
En el monitor la gente podía observar cómo el sonido grabado era convertido en ondas y luego en pequeños cuadros de colores que el artista iba cortando y pegando en el secuenciador del programa Reason.

En la misma sala, Rosamarie Perea proyectó imágenes que buscaba al azar en una computadora portátil e invitó a los espectadores a tomar asiento junto a ella y establecer un diálogo mediatizado por imágenes. Rosamarie, utilizando el Photo Booth de Mac, hizo que las personas que se arrimaban a ver lo que sucedía en ese cuarto se toparan con su propia imagen proyectada en la pared.

Al final de la galería estaban Abdiel Segarra Ríos y Mylivette Morales, estos llevaron a cabo una conversación escrita en la pared.

Al final de la galería estaban Abdiel Segarra Ríos y Mylivette Morales, estos llevaron a cabo una conversación escrita en la pared.
Me hubiese gustado leer la conversación completa, pero la misma era demasiado extensa y aun cuando abandone el lugar, todavía no había concluido. ¿Sobre qué hablaría la pareja? Segarra explicó en un boletín que ese proyecto nació de la necesidad de generar acciones para documentar la relación de la pareja.


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